Cuando vemos el cuerpo cadavérico y la salud destrozada de Ariel Sigler Amaya nos vienen a la mente los espectros humanos de los campos de concentración de la Alemania nazi, del Gulag soviético o la política de reconcentración de Valeriano Weyler .
No sé por qué yo prefiero hacer una analogía con otro prisionero político, me refiero a Fidel Castro, quien gracias a una verdadera amnistía, la última que se dio en Cuba, él y sus compañeros del Moncada después de veintiún mes y quince días de prisión, según las propias imágenes de la época, parecían salir de una casa de verano. A ninguno se le vio salir en silla de ruedas como a Ariel; a ninguno se le excluyó por su condición de preso político y todos fueron favorecidos por el dictador Batista, a quien intentaron derrocar en una acción además de violenta y fraticida, extremadamente alevosa.
Ahí tenemos a Ariel quien sin cometer ese acto terrorista de tomar un hospital de parapeto para disparar contra una fortaleza militar, y quien como lanza y escudo sólo se sirvió de sus ideas, salió hecho un esqueleto.
A Fidel Castro y sus hermanos de causa, a diferencia de Ariel, no se le privó el derecho de salir de su país, incluso lo hizo después de pronunciar una frase que en la Cuba actual puede ser sancionada con el paredón o cadena perpetua y dijo: “De viajes como estos no se regresa y se regresa, se regresa con la tiranía descabezada a los pies”.
La comparación podrá parecer incómoda, pero hay que hacerlo y en ella mirar cuánto daño le ha hecho a la Patria y a sus hijos esta cruel dictadura que se ha edificado sobre montañas de cadáveres y sufrimiento humano.
La comparación es válida pues la tiranía de La Habana continúa haciendo del destierro y la cárcel la alternativa a quienes se le oponen. Ariel, a diferencia de Castro, no se jactó de comparar su habitación con la de una en el Hotel Nacional. Las celdas de hoy más bien pueden ser equiparadas con el infierno de Dante.
Hemos despedido a este hermano de lucha cuando lo vemos partir, no sabemos cuándo volveremos a verle y abrazarle e incluso estamos convencidos que aunque la dictadura se lo permitiera nunca regresaría hasta tanto no haya aquí libertad y democracia por la que tanto lucho y sufrió.
Ariel Sigler Amaya forma parte del grupo de 496 cubanos que dentro de la Isla enviaron una carta al Congreso de los Estados Unidos en la que expresaron su desacuerdo con la implementación de cualquier política de flexibilización o de acercamiento que pueda redundar en la oxigenización del aparato represivo castrista.
Ariel y su patriótica familia consideran que el único y mayor embargo que sufre el pueblo cubano es el impuesto por esa mafia de parasito que usurpa el poder en su Patria.
La posición vertical clara y coherente de este valiente símbolo de la libertad quizás discrepe con la de aquellos más interesados en intercambios culturales e intereses mercantilistas que con la pronta y verdadera libertad de Cuba.