Septiembre 29 de 2010
Recuerdo mis primeras horas después de ser excarcelado aquel abril del 2007. Nunca podré olvidar cómo mi vivienda se abarrotó de un sin número de personas, vecinos y sobre todo el grato tormento de infinitas llamadas telefónicas. Creo que por la número doscientos setenta y tanto, dejamos de seguir contándolas, llevaba apenas tres horas libre, mejor dicho excarcelado. Cada vez que salía al patiecito de mi casa a atender a los presentes, sonaba el teléfono, apenas lo colgaba volvía a sonar y eso que era domingo.
Ahora no recuerdo si la sorpresiva llamada de Lacalle fue ese mismo día o al siguiente. Cuando se identificó yo no podía comprender una conversación con un ex jefe de Estado en tono tan informal y sentir que me hablaba un amigo y no un estadista. Era mi padrino, el presidente Luís Alberto Lacalle, que desde Uruguay llamaba para felicitarme por mi excarcelación y ratificar su compromiso solidario con los demócratas cubanos.
No se si fui crudo o ingrato cuando rechacé su invitación a visitarle en su país. No Señor Presidente, muchas gracias, pero temo salir de Cuba aunque sea de visita, no vaya a ser que esta gente no me permitan regresar. Algo así fue mi respuesta a tan generoso y sincero ofrecimiento.
Ahora y al cabo de tiempo en otras conversaciones con él creo que nada transgredí y me entendió puesto que él también siente un poético amor por su terruño.
No es el primer jefe de Estado con quien he tenido el privilegio de hablar, George W. Bush y el salvadoreño Armando Calderón Sol me dieron también ese placer. Pero por Lacalle siento una particular atracción y empatía.
En su despacho, entre las fotos de sus seres queridos tiene desde hace muchos años también la mía, la que por ende está obligado a ver a diario. El respaldo y la solidaridad entre compatriotas es algo de valor incalculable, pero saber que hay un Luís Alberto Lacalle que sin ser cubano se siente como tal y sin vivir en Cuba también lucha por su libertad, no cabe otra afirmación de que no estamos solos.